En este episodio tuvimos el placer de conversar con Ana Isabel Santamaría, la voz y el corazón detrás de Yoga al Alma. Hablamos de espiritualidad desde un lugar real y sin poses, de lo importante que es permitirnos sentir todas las emociones —incluso las que no se ven “lindas” o “elevadas”— y de cómo también eso es parte del crecimiento. Conversamos sobre su visión de ser mamá, mujer, independiente, profesional, y viajera, todo mientras se entrega profundamente a sus hijos, pero sin perderse a sí misma. Un episodio que nos recordó que lo espiritual también es cotidiano, humano y lleno de matices.
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Desidentificarse para volver a ser: Ana Isa en Detonantes de Vida
Palabras clave: Transformación personal, Yoga, Desidentificación, Cuerpo, Maternidad, Crisis de los 40
Tener a Ana Isa en Detonantes de Vida fue una conversación que nos dejó muuuy movidas y muy emocionadas jajaj Hablar con alguien que ha vivido tantas transformaciones, que no romantiza las crisis, pero tampoco las dramatiza, fue un recordatorio de por qué creamos este espacio, además que nos cumplió un sueño por adelantado. Nosotras desde que iniciamos DV imaginábamos tener una conversación con Ana Isa, pero por allá en 2 años… cero nos imaginábamos que se nos hiciera realidad en menos de 6 meses.
Ana Isa compartió algo que pocas personas dicen en voz alta: un día se levantó, después de diez años liderando una escuela de yoga exitosa, y supo que no quería seguir. Todo estaba bien, todo iba en ascenso, pero ya no era su camino. Y lo dejó. No porque estuviera mal. Porque ya no era ella.
Nos habló de ese proceso de desidentificación. De pasar de ser “la profe de yoga”, “la mamá ideal”, “la mujer que sabe”… a no tener muy claro quién era. Lloró durante dos años. Se cuestionó todo. Cambió sus rutinas, sus relaciones, sus formas de estar en el mundo. Y empezó a reconstruirse desde otro lugar, sin esos moldes.
Nos quedamos pensando en esa frase que soltó casi al pasar: “Esa era yo. ¿Y dónde quedé yo?”. Esa pregunta, hecha al ver a su hija Elisa bailar sin filtro mientras desayuna, la llevó a mirar con honestidad lo que había ido apagando en nombre del deber ser. A veces no se trataba de una gran renuncia, sino de ir soltando pedacitos de sí misma que ya no encajaban.
También hablamos de los 40. De ese momento en que ya hiciste todo lo que se esperaba de ti y te preguntas: ¿ahora qué?. Y no es un tema de edad tampoco, es más una sensación de haber cumplido con todo lo externo y empezar, por fin, a construir algo propio. A mirar hacia adentro.
Hubo espacio para hablar del cuerpo y su manera de hablar cuando no lo escuchamos. De cómo duele, grita, se enferma, se quiebra. No porque esté fallando, sino porque está pidiendo atención. Y cómo el yoga no es la solución mágica, pero sí puede ser un espejo, una manera, una pausa, una forma de estar más presentes.
Nos gustó que Ana Isa no habla desde un lugar de verdad absoluta. Habla desde lo vivido. Desde lo que sintió, lo que procesó, lo que puso en palabras después de haberlo atravesado. No da consejos, muestra caminos, cuenta su historia. No impone, comparte.
También nos recordó algo que vale la pena repetir: no todo tiene que tener sentido al principio. A veces el cuerpo entiende antes que la mente. A veces lo que hoy parece confuso, con el tiempo se convierte en guía. No siempre hay que resolver todo de inmediato.
Esta conversación nos dejó con ganas de hacer más espacio para el silencio, para el cuerpo, para la intuición. Nos invitó a revisar cuántas veces estamos cumpliendo un libreto que ya no sentimos nuestro. Y nos reafirmó que no hay una sola forma de habitar la espiritualidad, la maternidad o el trabajo. Podemos crear nuevas maneras. Podemos cambiar. Podemos volver.
Si algo nos quedó claro es que los detonantes de vida no son necesariamente momentos grandes. A veces son una frase, un dolor, una certeza silenciosa. Y que, cuando llegan, lo único que queda es atenderlos.
Gracias, Ana Isa, por recordarnos que se vale parar. Se vale cambiar. Y se vale no tener respuestas mientras buscamos una vida que se sienta más propia.
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